martes, 16 de abril de 2013

In dreams.



Uno cuando se predispone a cierta acción, se prepara. Idealiza, espera, disfruta de lo previo. Y así me encontraba yo esperando por ver Blue Velvet del consagrado y gran cineasta David Lynch. Pero no me encontraba con el mismo sentimiento que tuve frente a otros grandes descubrimientos que tuve dentro de este arte; Stanley Kubrick y sus manierismos me habían atrapado antes de que pudiera darme cuenta, con piezas como The Shining y, bajo mi opinión, una película que es más un sinfín de sabores y sensaciones,
Lolita. Antes de poder disfrutar del cine de Orson Welles, Mike Nichols o Alfred Hitchcock, entre otros, me atreví a poder disfrutar de aquel sentimiento previo, ya sea leyendo criticas, reseñas, opiniones e incluso imágenes. Pero con David Lynch fue totalmente diferente. Antes de poder sentarme a ver algo sobre él, no esperaba absolutamente nada. No porque dudara de su talento y sus obras, sino porque sabía que era algo diferente, algo poco digerible dependiendo del gusto ajeno. Algo más artístico y contextual que soslayable. Y así me predispuse.

Una pequeña reseña ajena;
La película comienza con una serie de imágenes de una pacífica localidad estadounidense llamada Lumbertown. Un hombre riega las plantas de su jardín cuando de repente sufre un ataque que lo deja en el suelo. El hombre es Mr. Beaumont, quien es visitado en el hospital por su hijo Jeffrey. Cuando Jeffrey vuelve a casa encuentra en el camino una oreja humana entre el pasto, la pone en una bolsa y la lleva al detective Williams. Más tarde conoce a Sandy, la hija del detective, quien revela a Jeffrey detalles sobre la investigación que adelanta su padre en el caso de la oreja encontrada por él. Dichas revelaciones llevan a Jeffrey con ayuda de Sandy a colarse en el apartamento de una mujer llamada Dorothy Vallens, donde es descubierto por la mujer, quien sin embargo lo oculta en el armario cuando al apartamento llega Frank Booth (Dennis Hopper). Allí Jeffrey se involucra en otro misterio relacionado con la extraña relación sadomasoquista que llevan Dorothy y Frank.


Ya sin incursionarme más en el sentido que toma la película en cuanto a la historia, debo decir que me sorprendió gratamente. Es una cinta que por momentos se torna tensa, abrupta, seca y difícil de seguir, cosa que personalmente me agrado mucho, y que a la vez forma parte del estilo de Lynch. Por momentos, con sus paisajes y sus enfoques claroscuros se puede objetar el suspenso, y es donde la película toma velocidad y un gran ímpetu detectivesco. Y sobre todo el final que en opinión propia, es totalmente digno homenaje al cine policial estadounidense.

Dennis Hopper objeta y gesticula su personaje con una desazón impecable, sin dudas algo que influye inmensamente en los tramos densos y fuertes.
Kyle MacLachlan elabora bien su papel, pero sin sobresaltos. Incluso pudo parecerme algo tímida su labor, pero creo que es tomado así tanto por Kyle como por Lynch, como si mantuviera una cierta distancia con el espectador logrando que este no se sienta representado por el personaje. Párrafo aparte para Brad Dourif que es una persona a la que quiero mucho y me encanta ver en pantalla.

El guion me pareció justo y claro, determinado. Y la música excelente. Amo escuchar a Roy Orbison, y más con las gesticulaciones sádicas de Hopper detrás.

¿Surrealismo travestido por metáforas llanas, y en pleno auge ochentoso?, nah. No te lo creo.

La película recrea y muestra un paradigma muy oscuro, con leves toques cálidos, recreando el espíritu y la máscara que detrás de toda sonrisa se esconde un Belcebú.



Sin dudas, 89%.


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