martes, 16 de abril de 2013

A lady who sets her heart upon a lad in uniform must prepare to change lovers pretty quickly.









Stanley Kubrick es implacablemente uno de los mejores directores de cine de toda la historia. No hay que rebuscar mucho en su filmografía para encontrar cosas innovadoras y adyacentes en lo que trata al séptimo arte. Y si se puede entender así, es uno de los pocos directores y creadores que nunca tuvieron un desnivel en su potencial. En este caso, a Kubrick se le puede adjudicar dos etapas, en un intento de clasificar sus obras. La etapa ‘’clásica’’ y la etapa ‘’renovadora’’.


Ya hable sobre Lolita, perteneciente a la etapa ‘’clásica’’, este es el momento de hablar de Barry Lyndon. Mejor dicho, la ascensión y caída de Redmond Barry Lyndon, basadas en una novela que data de 1844 (que todavía tengo pendiente leer); The Luck of Barry Lyndon de William Makepeace Thackeray.


La película cuenta las peripecias del desaprensivo aventurero irlandés Barry Lyndon (Ryan O'Neal), concretamente su ascensión y caída en la sociedad inglesa. La historia comienza en Irlanda en el siglo XVIII. El joven Redmond Barry se enamora de su provocadora prima Nora Brady y se bate en duelo por su amor aparentemente matando a su prometido el rico capitán inglés Quinn. Barry huye, se enrola en el ejército inglés y vive muchas aventuras. Pasado un tiempo descubre que el duelo fue amañado por su propia familia y que el capitán inglés está vivo y se casó con Nora. Barry viaja por Europa como soldado, agente secreto al servicio de Prusia y finalmente como jugador profesional, buscando fortuna.
Seduce y se casa con una rica viuda, Lady Lyndon (Marisa Berenson), a la que no ama. Barry es indiferente a ella y a su hijo, Lord Bullingdon, quien sabe que Barry es simplemente un oportunista. Barry se convierte en un hombre cínico y un marido egoísta. La pareja tiene un hijo, Brian, que crece gozando del gran cariño de su padre pero que muere tras sufrir una caída de caballo. En un duelo con Lord Bullingdon Barry pierde una pierna y, bajo amenaza de encarcelamiento, acepta abandonar Inglaterra. Después de pasar algunos años con su madre en Irlanda, Barry transcurre el resto de su vida jugando en Europa.


La cinta es inobjetable. Es simplemente bella y austera por donde se la vea. Con una interpretacion magnifica, excelente de Ryan O’Neal, que tiene un gran corazón para encarnar a Barry. Lo mismo se les adjudica a Marisa Berenson y a cada personaje que se le cruza en el camino, entablando una relación espectador-actor intensa y profunda.
La dirección artística es de las mejores que haya visto, con marcos y panoramas excelentes. Un vestuario perfecto, una dirección musical preciosa, y una fotografía hermosa encargada John Alcott que volvería a demostrar su impecable trabajo en The Shining. Y resalto su nombre en especial porque es quien se encargo de brindarle a la cinta una estética sombría, muy acorde al tono de la época, cosa que ayuda terriblemente a que uno se pueda sentir dentro de la cinta, observando y hallándose dentro de la pintura de la época. La dirección musical ayuda mucho en este aspecto encontrándose claramente piezas clásicas acordes a aquel periodo.



Barry Lyndon es una película inmensa, que merece que se la vea una y otra vez, solo con tal de observar cada detalle, cada palabra del guion, cada gesto de Ryan O’Neal, cada marco con el que Kubrick soñó. Detallista, planeador y frio, ese es el Stanley Kubrick que más quiero, respeto y admiro.




99%, no hay dudas. 184 minutos de puro oro artístico.

In dreams.



Uno cuando se predispone a cierta acción, se prepara. Idealiza, espera, disfruta de lo previo. Y así me encontraba yo esperando por ver Blue Velvet del consagrado y gran cineasta David Lynch. Pero no me encontraba con el mismo sentimiento que tuve frente a otros grandes descubrimientos que tuve dentro de este arte; Stanley Kubrick y sus manierismos me habían atrapado antes de que pudiera darme cuenta, con piezas como The Shining y, bajo mi opinión, una película que es más un sinfín de sabores y sensaciones,
Lolita. Antes de poder disfrutar del cine de Orson Welles, Mike Nichols o Alfred Hitchcock, entre otros, me atreví a poder disfrutar de aquel sentimiento previo, ya sea leyendo criticas, reseñas, opiniones e incluso imágenes. Pero con David Lynch fue totalmente diferente. Antes de poder sentarme a ver algo sobre él, no esperaba absolutamente nada. No porque dudara de su talento y sus obras, sino porque sabía que era algo diferente, algo poco digerible dependiendo del gusto ajeno. Algo más artístico y contextual que soslayable. Y así me predispuse.

Una pequeña reseña ajena;
La película comienza con una serie de imágenes de una pacífica localidad estadounidense llamada Lumbertown. Un hombre riega las plantas de su jardín cuando de repente sufre un ataque que lo deja en el suelo. El hombre es Mr. Beaumont, quien es visitado en el hospital por su hijo Jeffrey. Cuando Jeffrey vuelve a casa encuentra en el camino una oreja humana entre el pasto, la pone en una bolsa y la lleva al detective Williams. Más tarde conoce a Sandy, la hija del detective, quien revela a Jeffrey detalles sobre la investigación que adelanta su padre en el caso de la oreja encontrada por él. Dichas revelaciones llevan a Jeffrey con ayuda de Sandy a colarse en el apartamento de una mujer llamada Dorothy Vallens, donde es descubierto por la mujer, quien sin embargo lo oculta en el armario cuando al apartamento llega Frank Booth (Dennis Hopper). Allí Jeffrey se involucra en otro misterio relacionado con la extraña relación sadomasoquista que llevan Dorothy y Frank.


Ya sin incursionarme más en el sentido que toma la película en cuanto a la historia, debo decir que me sorprendió gratamente. Es una cinta que por momentos se torna tensa, abrupta, seca y difícil de seguir, cosa que personalmente me agrado mucho, y que a la vez forma parte del estilo de Lynch. Por momentos, con sus paisajes y sus enfoques claroscuros se puede objetar el suspenso, y es donde la película toma velocidad y un gran ímpetu detectivesco. Y sobre todo el final que en opinión propia, es totalmente digno homenaje al cine policial estadounidense.

Dennis Hopper objeta y gesticula su personaje con una desazón impecable, sin dudas algo que influye inmensamente en los tramos densos y fuertes.
Kyle MacLachlan elabora bien su papel, pero sin sobresaltos. Incluso pudo parecerme algo tímida su labor, pero creo que es tomado así tanto por Kyle como por Lynch, como si mantuviera una cierta distancia con el espectador logrando que este no se sienta representado por el personaje. Párrafo aparte para Brad Dourif que es una persona a la que quiero mucho y me encanta ver en pantalla.

El guion me pareció justo y claro, determinado. Y la música excelente. Amo escuchar a Roy Orbison, y más con las gesticulaciones sádicas de Hopper detrás.

¿Surrealismo travestido por metáforas llanas, y en pleno auge ochentoso?, nah. No te lo creo.

La película recrea y muestra un paradigma muy oscuro, con leves toques cálidos, recreando el espíritu y la máscara que detrás de toda sonrisa se esconde un Belcebú.



Sin dudas, 89%.