miércoles, 17 de abril de 2013

Lirica I.




El tenue lienzo y el espectro de la niña.




‘’¡Oh, triste Madison!, desplegas tus alas y ruborizas tus corolas,
Ensuciando tu alma con una despiadada laureola,
Sosteniendo el gris velo que adorna tu cabello,
¡Oh, si hablara de tu cálido cabello!,
Y yo aquí en el suelo, observando como el viento traspasa mis ojos,
Y vuelvo, nado en esta brisa,
En esta frívola y diáfana elegancia,
Y en la noche más fría mis ojos caen hacia vos,
Me hacen volver hacia vos, me hacen nadar en torno a vos,
Me agrada tu silueta, me gusta el señuelo de espejo,
Quee cautiva lo trágico de este ensueño, menesteroso carácter hecho sujeto,
Y así puedo seguir, escribiendo sobre este tétrico lienzo,
Rememorando cada olvido, rememorando aquello que es imposible de dimitir,
¿Pero ven?, aquí lo he hecho, y sigo sucumbiendo una vez más,
¡Oh, triste Madison!, desplegas tus alas y enciendes tus corolas,
Ensuciándome de esta pútrida historia, que he de contar,
Y he de contar en este tétrico lienzo, lúgubre lienzo.’’

One final thing I have to do... and then I'll be free of the past.



Vertigo (1958) - Alfred Hitchcock.


Vertigo vino a mí, como puede acercarse un vendedor a ofrecerme su mercadería en plena calle. Confiadamente y presentando largos pergaminos en forma de críticas y reseñas. ¿Qué podía hacer yo?, darle una oportunidad, claramente. Y así lo acepte.

La cinta comienza primordialmente con el detective de la policía de San Francisco Scottie Ferguson, quien sufre de vértigo y se ve comprometido a retirarse del servicio cuando un compañero cae de una cornisa al vacío, durante la persecución de un delincuente. Un día recibe una llamada de Gavin Elster, un antiguo compañero de estudios y le contrata para vigilar discretamente a su esposa Madeleine.
Su bella mujer sufre de melancolía y parece estar poseída por el espíritu de su bisabuela, Carlota Valdés, muerta cien años antes, con ánimo de matarla. Scott la sigue y observa por distintos lugares de la ciudad: tiendas, cementerios, hoteles, museos, mientras empieza a investigar la trágica historia de Carlota. Aunque intenta impedir un intento de suicidio, finalmente no puede evitar que Madeleine se arroje desde la torre de un campanario y muera. Descubre que estaba realmente enamorado de Madeleine y cae en un estado de shock fuerte.
Tiempo después se cruza en la calle con Judy Barton, una mujer corriente y la asocia a Madeleine. Decidido a recuperar su amor perdido, se hace amigo suyo y va intentando transformarla en su recuerdo, obligándola a vestirse e incluso moverse como ella.

Aquí es donde la película se transforma en un hecho algo confuso en material de primerísima calidad. En un despojo transmuta y termina siendo incluso enferma, con sutiles toques de locura, marcados por una actuación sublime de James Stewart. Y si la cinta no pudo convencerte en la primera hora, solo hay que dejar que los minutos pasen y termines sintiéndote algo tenso, en un ambiente denso y de misterio. Con un final excepcional, quizás el mejor episodio final que haya en la historia del cine.

 El guion es impecable, excéntrico, tan bien estetizado. La fotografía es increíble, una obra maestra paralela a la obra, terrible. La banda sonora se realza en cada momento, algo que no sucede a menudo, no en estos tiempos, y cosa que a mi me parece fundamental y un error terrible a quienes no la utilizan como arma primordial tanto como con el guion y el ambiente.

 La película contextualiza un trasfondo sexual difícil de percibir, pero tan claro como el agua, en especial la escena de Ferguson y Madeleine en el apartamento de este. Escena que termine considerándola una precursora de las escenas y ambientes que otros directores usarían después, pese a que esta no es pionera, marca tan espectacularmente el ambiente que es imposible de dimitir. Genial.


No es la primer película de Alfred Hitchcock que haya visto, pero si tuve la misma percepción que tuve de la primer película que vi del, Psycho. Los primeros momentos tuve mucha ansiedad e ilusión de lo que podía llegar a ver a continuación. Luego observaba con atención detalles perdiéndome del hilo de la historia, cual me parecía incluso aburrido. Luego comenzó el aburrimiento, si. No contemplaba lo que otros tantos críticos, actores, directores y cinéfilos del cine de Hitchcock. Pero pronto todo comenzaba a tornarse misterioso, como si algo faltase y no supiera que. Y pronto vería formarse el rompecabezas; ¡Ese era Hitchcock! Y finalmente terminaba disfrutándolo y asombrándome de una manera maravillosa. Grande Alfred, grande.




93%.

martes, 16 de abril de 2013

A lady who sets her heart upon a lad in uniform must prepare to change lovers pretty quickly.









Stanley Kubrick es implacablemente uno de los mejores directores de cine de toda la historia. No hay que rebuscar mucho en su filmografía para encontrar cosas innovadoras y adyacentes en lo que trata al séptimo arte. Y si se puede entender así, es uno de los pocos directores y creadores que nunca tuvieron un desnivel en su potencial. En este caso, a Kubrick se le puede adjudicar dos etapas, en un intento de clasificar sus obras. La etapa ‘’clásica’’ y la etapa ‘’renovadora’’.


Ya hable sobre Lolita, perteneciente a la etapa ‘’clásica’’, este es el momento de hablar de Barry Lyndon. Mejor dicho, la ascensión y caída de Redmond Barry Lyndon, basadas en una novela que data de 1844 (que todavía tengo pendiente leer); The Luck of Barry Lyndon de William Makepeace Thackeray.


La película cuenta las peripecias del desaprensivo aventurero irlandés Barry Lyndon (Ryan O'Neal), concretamente su ascensión y caída en la sociedad inglesa. La historia comienza en Irlanda en el siglo XVIII. El joven Redmond Barry se enamora de su provocadora prima Nora Brady y se bate en duelo por su amor aparentemente matando a su prometido el rico capitán inglés Quinn. Barry huye, se enrola en el ejército inglés y vive muchas aventuras. Pasado un tiempo descubre que el duelo fue amañado por su propia familia y que el capitán inglés está vivo y se casó con Nora. Barry viaja por Europa como soldado, agente secreto al servicio de Prusia y finalmente como jugador profesional, buscando fortuna.
Seduce y se casa con una rica viuda, Lady Lyndon (Marisa Berenson), a la que no ama. Barry es indiferente a ella y a su hijo, Lord Bullingdon, quien sabe que Barry es simplemente un oportunista. Barry se convierte en un hombre cínico y un marido egoísta. La pareja tiene un hijo, Brian, que crece gozando del gran cariño de su padre pero que muere tras sufrir una caída de caballo. En un duelo con Lord Bullingdon Barry pierde una pierna y, bajo amenaza de encarcelamiento, acepta abandonar Inglaterra. Después de pasar algunos años con su madre en Irlanda, Barry transcurre el resto de su vida jugando en Europa.


La cinta es inobjetable. Es simplemente bella y austera por donde se la vea. Con una interpretacion magnifica, excelente de Ryan O’Neal, que tiene un gran corazón para encarnar a Barry. Lo mismo se les adjudica a Marisa Berenson y a cada personaje que se le cruza en el camino, entablando una relación espectador-actor intensa y profunda.
La dirección artística es de las mejores que haya visto, con marcos y panoramas excelentes. Un vestuario perfecto, una dirección musical preciosa, y una fotografía hermosa encargada John Alcott que volvería a demostrar su impecable trabajo en The Shining. Y resalto su nombre en especial porque es quien se encargo de brindarle a la cinta una estética sombría, muy acorde al tono de la época, cosa que ayuda terriblemente a que uno se pueda sentir dentro de la cinta, observando y hallándose dentro de la pintura de la época. La dirección musical ayuda mucho en este aspecto encontrándose claramente piezas clásicas acordes a aquel periodo.



Barry Lyndon es una película inmensa, que merece que se la vea una y otra vez, solo con tal de observar cada detalle, cada palabra del guion, cada gesto de Ryan O’Neal, cada marco con el que Kubrick soñó. Detallista, planeador y frio, ese es el Stanley Kubrick que más quiero, respeto y admiro.




99%, no hay dudas. 184 minutos de puro oro artístico.

In dreams.



Uno cuando se predispone a cierta acción, se prepara. Idealiza, espera, disfruta de lo previo. Y así me encontraba yo esperando por ver Blue Velvet del consagrado y gran cineasta David Lynch. Pero no me encontraba con el mismo sentimiento que tuve frente a otros grandes descubrimientos que tuve dentro de este arte; Stanley Kubrick y sus manierismos me habían atrapado antes de que pudiera darme cuenta, con piezas como The Shining y, bajo mi opinión, una película que es más un sinfín de sabores y sensaciones,
Lolita. Antes de poder disfrutar del cine de Orson Welles, Mike Nichols o Alfred Hitchcock, entre otros, me atreví a poder disfrutar de aquel sentimiento previo, ya sea leyendo criticas, reseñas, opiniones e incluso imágenes. Pero con David Lynch fue totalmente diferente. Antes de poder sentarme a ver algo sobre él, no esperaba absolutamente nada. No porque dudara de su talento y sus obras, sino porque sabía que era algo diferente, algo poco digerible dependiendo del gusto ajeno. Algo más artístico y contextual que soslayable. Y así me predispuse.

Una pequeña reseña ajena;
La película comienza con una serie de imágenes de una pacífica localidad estadounidense llamada Lumbertown. Un hombre riega las plantas de su jardín cuando de repente sufre un ataque que lo deja en el suelo. El hombre es Mr. Beaumont, quien es visitado en el hospital por su hijo Jeffrey. Cuando Jeffrey vuelve a casa encuentra en el camino una oreja humana entre el pasto, la pone en una bolsa y la lleva al detective Williams. Más tarde conoce a Sandy, la hija del detective, quien revela a Jeffrey detalles sobre la investigación que adelanta su padre en el caso de la oreja encontrada por él. Dichas revelaciones llevan a Jeffrey con ayuda de Sandy a colarse en el apartamento de una mujer llamada Dorothy Vallens, donde es descubierto por la mujer, quien sin embargo lo oculta en el armario cuando al apartamento llega Frank Booth (Dennis Hopper). Allí Jeffrey se involucra en otro misterio relacionado con la extraña relación sadomasoquista que llevan Dorothy y Frank.


Ya sin incursionarme más en el sentido que toma la película en cuanto a la historia, debo decir que me sorprendió gratamente. Es una cinta que por momentos se torna tensa, abrupta, seca y difícil de seguir, cosa que personalmente me agrado mucho, y que a la vez forma parte del estilo de Lynch. Por momentos, con sus paisajes y sus enfoques claroscuros se puede objetar el suspenso, y es donde la película toma velocidad y un gran ímpetu detectivesco. Y sobre todo el final que en opinión propia, es totalmente digno homenaje al cine policial estadounidense.

Dennis Hopper objeta y gesticula su personaje con una desazón impecable, sin dudas algo que influye inmensamente en los tramos densos y fuertes.
Kyle MacLachlan elabora bien su papel, pero sin sobresaltos. Incluso pudo parecerme algo tímida su labor, pero creo que es tomado así tanto por Kyle como por Lynch, como si mantuviera una cierta distancia con el espectador logrando que este no se sienta representado por el personaje. Párrafo aparte para Brad Dourif que es una persona a la que quiero mucho y me encanta ver en pantalla.

El guion me pareció justo y claro, determinado. Y la música excelente. Amo escuchar a Roy Orbison, y más con las gesticulaciones sádicas de Hopper detrás.

¿Surrealismo travestido por metáforas llanas, y en pleno auge ochentoso?, nah. No te lo creo.

La película recrea y muestra un paradigma muy oscuro, con leves toques cálidos, recreando el espíritu y la máscara que detrás de toda sonrisa se esconde un Belcebú.



Sin dudas, 89%.